lunes, 8 de diciembre de 2008

Una mañana cualquiera


Los rayos del sol se filtraban entre las varillas de la persiana e incidían directamente en los ojos de Noelia que, poco a poco, se abrían para dejar atrás una plácida noche de sueño. Estaba orgullosa de no depender de nadie que la despertara, miraba desde la cama, como todas las mañanas, esos “hilitos” suspendidos en el aire que sólo lograba ver en ese momento del día y, desde ese lugar, se preguntaba por qué nunca caían, pero ¿qué sabe una niña de ocho años sobre “movimiento browniano”?, para ella el aire hacía malabares con el polvo... y eso era todo.
Entre bostezos se calzó sus pantuflas azules y acudió todavía en camisón al llamado de su mamá que ya le tenía listo el desayuno, con esas tostadas que derretían la manteca que se les untaba, le dio ese beso tierno y cotidiano en agradecimiento por el manjar; era el inicio del ritual de prepararse para ir a la escuela.
Salió de casa igual que siempre, con su delantal blanco lleno de “tablitas” y las colitas atadas con cinta azul, era un día radiante y sabía que esto le iba a hacer muy difícil la tarea de resistir la diaria tentación; esa bifurcación en el camino hacia la escuela que la llevaba al bosque que siempre quiso conocer y al que nunca la llevaron y ese día… se dejó tentar.
Se encaminó con su bicicleta y llegó muy profundo dentro del bosque para luego abandonarla a un costado, fue hasta un lugar en el que sin dudas vivirían las hadas que buscaba encontrar. Caminó por el claro que halló para intimar con su nuevo “mundo”, lo recorrió palmo a palmo, estaba maravillada por tanta belleza, mariposas, setas, colibríes, árboles verdes en toda la gama. Comenzó a girar entre risas con los brazos extendidos tan rápido como podía, parecía no bastarle con apreciar el paisaje tal cual era, quería absorberlo, unirlo a sí misma de alguna forma, estaba extasiada, como en medio de una experiencia mística, sentía que su alma se contactaba con el espíritu del bosque.
De pronto, mientras giraba, notó que sus dedos se estiraban y torcían convirtiéndose en delgadas ramas y que la transformación se extendía por sus miembros, pero extrañamente no sentía miedo, sentía que su metamorfosis era tan natural como la de una oruga al volverse mariposa, y luego vio sus pies enterrarse en el suelo y su cabello levantarse sobre su cabeza y convertirse en pétalos blancos que la envolvieron en un capullo, pronto era una rosa en medio de un paraje que le servía de marco, ya no la limitaba un cuerpo, era parte de un todo, estaba en comunión con la tierra que le servia de sustento, con el agua que corría por sus raíces, con el aire que la mecía, hablaba el químico lenguaje de sus hermanos árboles, le contaban en segundos, secretos transmitidos de generación en generación que llevaría una vida narrar con palabras y algunos otros que no se entenderían valiéndonos de ellas. Encontró respuestas a todas las paradojas, al misterio de la vida, a la existencia de Dios y del amor, trascendió en un instante a los dogmas, a la filosofía, a las religiones y a la ciencia.
Despertó cuando escuchó a su mamá decirle que se apurara, que se le hacía tarde para ir a la escuela, que hacía rato el desayuno estaba listo, eso, y que ahora sabía que el aire no hace simplemente malabares con el polvo, fue la única diferencia con una mañana cualquiera.

4 comentarios:

Mónica dijo...

Hola!!! Me gustó lo que escribiste... a veces los sueños pueden ser tan reales que hace falta que nos llamen o nos despierten para darnos cuenta que eran eso... sueños.

bss

Nefilim dijo...

Gracias por tu comentario, valoro mucho que te hayas tomado el tiempo para hacerlo.

Dr. Flasche dijo...

Gracias por tu visita a mi blog!

Respecto a tu entrada, me ha recordado el secreto que perdió Arturo en Excalibur:

"Yo y la tierra, somos uno"

Nefilim dijo...

Valoro mucho sus comentarios. Son bien recibidas las sugerencias y las ideas.
Cordial saludo.